martes, 8 de julio de 2014

El papel de la biodiversidad en la agricultura campesina en América Latina

Aun cuando los monocultivos de exportación conocidos como flex crops crecen sin parar causando devastación ecológica, la agricultura campesina de pequeña escala sigue produciendo más de la mitad de los alimentos que se consumen en América Latina en agroecosistemas diversificados que aprovechan y mantienen la biodiversidad y el rol ecológico esencial que esta cumple.
En América Latina la agricultura, que ocupa el 35,8% de su superficie total, se expande a expensas de los bosques naturales. Los bosques naturales se deforestan a una tasa de 4,3 millones de hectáreas anuales para dar paso a la  agricultura de monocultivo para la exportación y al incremento de pasturas, plantaciones de eucaliptus y cultivos como la soya –mayoritariamente transgénica–, la caña de azúcar y la palma africana. Estos cultivos, ahora llamados flexibles (flex crops), crecen a una tasa anual de 3,25%. Esta expansión agroindustrial no solo homogeneiza los paisajes y deja una inmensa huella ecológica, sino que también desplaza a las poblaciones rurales –mayormente integradas por campesinos productores de alimentos– que migran a las ciudades a una tasa anual del 2%, lo que agrava los problemas sociales en las urbes y debilita la capacidad de autosuficiencia alimentaria de la región.

  Después del huracán Mitch en Honduras: derrumbes en campos con monocultivos (izquierda) y resiliencia de los sistemas diversificados bajo agroforestería y cultivos de cobertura (derecha) M. Altieri

Después del huracán Mitch en Honduras: derrumbes en campos con monocultivos (izquierda) y resiliencia de los sistemas diversificados bajo agroforestería y cultivos de cobertura (derecha) M. Altieri
A pesar de esta devastación ecológica impulsada por el modelo económico capitalista-extractivista, aún persiste en América Latina una población campesina estimada de 65 millones de personas, constituida principalmente por productores familiares a pequeña escala, que tienen fincas menores a dos hectáreas y que ocupan menos del 30% de la superficie agrícola, pero que producen más del 50% de los alimentos básicos que se consumen en la región. Por ejemplo, en Ecuador el sector campesino ocupa más del 50% de la superficie dedicada a cultivos alimentarios como maíz, frijol, cebada y ají. En México los campesinos ocupan no menos del 70% de la superficie cultivada con maíz y 60% de la superficie donde crece el frijol (ETC Group, 2009).
No menos del 50% de estos campesinos aún mantienen agroecosistemas diversificados producto de siglos de coevolución biocultural, adaptados localmente y manejados con tecnologías ingeniosas que han permitido a miles de comunidades contar con seguridad alimentaria, conservar la agrobiodiversidad clave y mantener formas nativas de identidad cultural y organización social (Koohafkan y Altieri, 2010). 
La prevalencia de millones de hectáreas en forma de campos elevados, terrazas, policultivos, sistemas agroforestales y silvopastoriles representan estrategias indígenas exitosas de adaptación a ambientes marginales y cambiantes, constituyendo un símbolo de la creatividad de miles de agricultores. Además estos microcosmos de agricultura tradicional son modelos de resiliencia y sostenibilidad ya que minimizan riesgos, estabilizan los rendimientos, promueven diversidad nutricional, maximizan retornos con el uso de recursos locales, limitan el uso de insumos externos y mantienen una oferta alimentaria local todo el año. Estos beneficios están ligados a los altos niveles de biodiversidad que caracterizan a estos sistemas tradicionales, ya que la regulación interna de su funcionamiento es un producto de la biodiversidad y las interacciones o sinergismos entre sus componentes.

¿Qué es la biodiversidad?

Todas las especies de plantas, animales y microorganismos existentes dentro de un ecosistema y que interactúan optimizando procesos ecológicos claves, constituyen la biodiversidad. En los agroecosistemas es posible distinguir cuatro tipos de biodiversidad: productiva (cultivos y animales), destructiva (plagas, malezas, enfermedades), neutral (herbívoros no plaga que sirven de alimento a predadores) y benéfica o funcional como los polinizadores, los enemigos naturales, las lombrices, los microorganismos del suelo, etc., que cumplen roles ecológicos importantes en procesos tales como la polinización, el control natural de plagas, el reciclaje de nutrientes, etc. En general, el grado de biodiversidad en los agroecosistemas depende del mantenimiento de sistemas de conocimiento sobre manejo y formas culturales de usos (alimenticios y no alimenticios) de los cultivos y especies silvestres, así como de varios factores y características de los sistemas de cultivos, como son: 
  • El número de subsistemas productivos (huerta, chacra, pasturas y praderas, zonas sin cultivo) y espacios naturales.
  • El número de especies y variedades vegetales y razas animales desplegadas en el tiempo y el espacio por el campesino.
  • Maneras en que los agricultores asocian los cultivos y cómo integran a los animales.
  • La permanencia temporal de cultivos anuales y perennes dentro del agroecosistema.
  • El tipo e intensidad del manejo, (por ejemplo químico versus orgánico).
  • La diversidad y tipo de arvenses en el agroecosistema y de vegetación natural en sus alrededores (por ejemplo si al cultivo lo rodean bosques o monocultivos transgénicos).
Lo importante y necesario es identificar el tipo de biodiversidad que se desea mantener y estimular para prestar servicios ecológicos claves para la producción y definir así las mejores prácticas agroecológicas que fomentan los componentes deseados de biodiversidad (figura 1).

  tipos de biodiversidad
El rol ecológico de la biodiversidad

La investigación agroecológica ha demostrado que la agrobiodiversidad es clave para que el agroecosistema funcione y provea servicios de apoyo –por ejemplo fertilidad de suelos– y de regulación –por ejemplo control biológico de plagas–. Todos estos procesos de renovación y regulación, reciclaje y almacenamiento de nutrientes, control del microclima, regulación del flujo y almacenamiento de agua, desintoxicación de químicos nocivos, etc., están mediados biológicamente, por lo que su persistencia depende del mantenimiento de la biodiversidad.

Por ejemplo, la disponibilidad de nitrógeno y fósforo para las plantas depende de poblaciones de bacterias fijadoras de N y
de micorrizas presentes en el suelo, lo que a su vez depende de la adición de materia orgánica. La regulación de la abundancia de organismos indeseables depende de biota benéfica que aumenta en policultivos que proveen hábitat. Cuando estos organismos y sus servicios se pierden debido a la simplificación biológica –establecimiento de  monocultivos– los costos económicos y ambientales son altos ya que incluyen la necesidad de abastecer a los cultivos con agroquímicos caros y tóxicos.

  Izquierda: sistema agroforestal de cacao; centro: sistema quesungual en Honduras; derecha: policultivo maíz y frijol como ejemplo de diversificación específica fuentes diversas en internet; M. Altieri
Izquierda: sistema agroforestal de cacao; centro: sistema quesungual en Honduras; derecha: policultivo maíz y frijol como ejemplo de diversificación específica fuentes diversas en internet; M. Altieri

Los agroecólogos están de acuerdo en que mientras más diverso es el agroecosistema, más tienden los agroecosistemas a prevenir las explosiones de especies invasoras, aumentar la estabilidad y la resiliencia frente a disturbios y cambios ambientales o climáticos y a mejorar su capacidad de subsidiar su propio funcionamiento: reciclaje de nutrientes, regulación biológica de plagas, productividad, etc. Si se elimina un grupo funcional de especies por algún disturbio, cuanto más biodiverso es un agroecosistema, más difícil es que cambie a un estado “menos deseado” que, potencialmente, afectaría su capacidad de funcionar y prestar servicios.
Los agroecosistemas biodiversificados se caracterizan por exhibir cuatro propiedades emergentes (Altieri y Nicholls, 2013): 
  • Compensación: la biodiversidad incrementa la función del agroecosistema pues diferentes especies juegan roles diferentes y ocupan nichos diversos. Si una especie falla, existe otra que la reemplaza en su función.
  • Complementariedad: resulta de combinaciones espaciales y temporales de plantas que facilitan el uso complementario de los recursos o brindan otras ventajas, como en el caso de las leguminosas que facilitan el crecimiento de cereales al suplirlos de una dosis extra de nitrógeno, o de flores que proveen polen y néctar a enemigos naturales que controlan una plaga específica.
  • Redundancia: en un agroecosistema muy diverso hay más especies que funciones, por lo que existe redundancia y son precisamente aquellos componentes, redundantes en un tiempo determinado, los que se tornan importantes cuando ocurre un cambio ambiental. Ante cambios ambientales la redundancia construida por varias especies permite al ecosistema continuar funcionado.
  • Resiliencia: los agroecosistemas diversos retienen su estructura organizacional y su productividad tras una perturbación.
Un agroecosistema es “resiliente” si es capaz de resistir o recuperarse de una perturbación. (por ejemplo sequía o huracán) y así continuar produciendo alimentos.

¿Cómo manejan los campesinos la biodiversidad?

Los campesinos aumentan y manejan la diversidad de sus agroecosistemas a tres niveles (Altieri y otros, 1987):

Nivel paisajístico: muchos campesinos practican una “agricultura de mosaicos” caracterizada por campos pequeños insertos en una matriz paisajística dominada por vegetación natural. Para grupos étnicos como los p'urhepecha que viven en la región del lago Pátzcuaro en Michoacán, México, la cosecha silvestre es parte de un complejo modelo de subsistencia basado en múltiples usos de los recursos naturales. Esta gente utiliza más de 224 especies de plantas silvestres para sus necesidades dietéticas, medicinales, y energéticas. 

Nivel predial: los sistemas de cultivo múltiple constituyen sistemas agrícolas diversificados en el tiempo y el espacio tomando la forma de cultivos en franjas, cultivos intercalados, cultivos con cubierta vegetal, sistemas agroforestales y silvopastorales (véase recuadro). Entre las ventajas potenciales que surgen del diseño inteligente de estos policultivos se encuentran: la disminución de la población de plagas de insectos por enemigos naturales albergados en ambientes complejos, la supresión de malezas por el sombreado de doseles más densos o por alelopatías, el uso más eficiente de los nutrientes del suelo y la mejora de la productividad por unidad de superficie.

Nivel genético: muchos agroecosistemas tradicionales se ubican en centros de origen de cultivos, por lo tanto contienen numerosas variedades criollas de maíz, frijoles, papas, granos nativos, raíces, frutas y otras plantas alimenticias altamente adaptadas incluyendo sus parientes silvestres. Los campesinos mantienen gran diversidad genética de cultivos en forma de variedades tradicionales y en muchos sistemas siembran dos o más variedades de cada cultivo. El uso de múltiples variedades de cada cultivo proporciona diversidad intra e interespecífica, mejorando así la seguridad de las cosechas. La diversidad genética hace que los cultivos sean resilientes y menos vulnerables a condiciones de estrés biótico (plagas, enfermedades) como abiótico (sequías y heladas). La diversidad genética actúa como un seguro para enfrentar el cambio ambiental o las necesidades sociales y económicas futuras, ya que la riqueza varietal disminuye la variabilidad de la producción.
Enlace: 
31 May. 2014

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