Aun cuando los monocultivos de exportación conocidos como flex crops 
crecen sin parar causando devastación ecológica, la agricultura 
campesina de pequeña escala sigue produciendo más de la mitad de los 
alimentos que se consumen en América Latina en agroecosistemas 
diversificados que aprovechan y mantienen la biodiversidad y el rol 
ecológico esencial que esta cumple.
En América Latina la agricultura, que ocupa el 35,8% de su superficie
 total, se expande a expensas de los bosques naturales. Los bosques 
naturales se deforestan a una tasa de 4,3 millones de hectáreas anuales 
para dar paso a la  agricultura de monocultivo para la exportación y al 
incremento de pasturas, plantaciones de eucaliptus y cultivos como la 
soya –mayoritariamente transgénica–, la caña de azúcar y la palma 
africana. Estos cultivos, ahora llamados flexibles (flex crops), crecen a
 una tasa anual de 3,25%. Esta expansión agroindustrial no solo 
homogeneiza los paisajes y deja una inmensa huella ecológica, sino que 
también desplaza a las poblaciones rurales –mayormente integradas por 
campesinos productores de alimentos– que migran a las ciudades a una 
tasa anual del 2%, lo que agrava los problemas sociales en las urbes y 
debilita la capacidad de autosuficiencia alimentaria de la región.

Después
 del huracán Mitch en Honduras: derrumbes en campos con monocultivos 
(izquierda) y resiliencia de los sistemas diversificados bajo 
agroforestería y cultivos de cobertura (derecha) M. Altieri
A
 pesar de esta devastación ecológica impulsada por el modelo económico 
capitalista-extractivista, aún persiste en América Latina una población 
campesina estimada de 65 millones de personas, constituida 
principalmente por productores familiares a pequeña escala, que tienen 
fincas menores a dos hectáreas y que ocupan menos del 30% de la 
superficie agrícola, pero que producen más del 50% de los alimentos 
básicos que se consumen en la región. Por ejemplo, en Ecuador el sector 
campesino ocupa más del 50% de la superficie dedicada a cultivos 
alimentarios como maíz, frijol, cebada y ají. En México los campesinos 
ocupan no menos del 70% de la superficie cultivada con maíz y 60% de la 
superficie donde crece el frijol (ETC Group, 2009).
No menos del 
50% de estos campesinos aún mantienen agroecosistemas diversificados 
producto de siglos de coevolución biocultural, adaptados localmente y 
manejados con tecnologías ingeniosas que han permitido a miles de 
comunidades contar con seguridad alimentaria, conservar la 
agrobiodiversidad clave y mantener formas nativas de identidad cultural y
 organización social (Koohafkan y Altieri, 2010). 
La prevalencia 
de millones de hectáreas en forma de campos elevados, terrazas, 
policultivos, sistemas agroforestales y silvopastoriles representan 
estrategias indígenas exitosas de adaptación a ambientes marginales y 
cambiantes, constituyendo un símbolo de la creatividad de miles de 
agricultores. Además estos microcosmos de agricultura tradicional son 
modelos de resiliencia y sostenibilidad ya que minimizan riesgos, 
estabilizan los rendimientos, promueven diversidad nutricional, 
maximizan retornos con el uso de recursos locales, limitan el uso de 
insumos externos y mantienen una oferta alimentaria local todo el año. 
Estos beneficios están ligados a los altos niveles de biodiversidad que 
caracterizan a estos sistemas tradicionales, ya que la regulación 
interna de su funcionamiento es un producto de la biodiversidad y las 
interacciones o sinergismos entre sus componentes.
¿Qué es la biodiversidad?
Todas
 las especies de plantas, animales y microorganismos existentes dentro 
de un ecosistema y que interactúan optimizando procesos ecológicos 
claves, constituyen la biodiversidad. En los agroecosistemas es posible 
distinguir cuatro tipos de biodiversidad: productiva (cultivos y 
animales), destructiva (plagas, malezas, enfermedades), neutral 
(herbívoros no plaga que sirven de alimento a predadores) y benéfica o 
funcional como los polinizadores, los enemigos naturales, las lombrices,
 los microorganismos del suelo, etc., que cumplen roles ecológicos 
importantes en procesos tales como la polinización, el control natural 
de plagas, el reciclaje de nutrientes, etc. En general, el grado de 
biodiversidad en los agroecosistemas depende del mantenimiento de 
sistemas de conocimiento sobre manejo y formas culturales de usos 
(alimenticios y no alimenticios) de los cultivos y especies silvestres, 
así como de varios factores y características de los sistemas de 
cultivos, como son: 
- El número de subsistemas productivos (huerta, chacra, pasturas y praderas, zonas sin cultivo) y espacios naturales.
- El número de especies y variedades vegetales y razas animales desplegadas en el tiempo y el espacio por el campesino.
- Maneras en que los agricultores asocian los cultivos y cómo integran a los animales.
- La permanencia temporal de cultivos anuales y perennes dentro del agroecosistema.
- El tipo e intensidad del manejo, (por ejemplo químico versus orgánico).
- La diversidad y tipo de arvenses en el agroecosistema y de vegetación natural en sus alrededores (por ejemplo si al cultivo lo rodean bosques o monocultivos transgénicos).
Lo 
importante y necesario es identificar el tipo de biodiversidad que se 
desea mantener y estimular para prestar servicios ecológicos claves para
 la producción y definir así las mejores prácticas agroecológicas que 
fomentan los componentes deseados de biodiversidad (figura 1).

El rol ecológico de la biodiversidad
La
 investigación agroecológica ha demostrado que la agrobiodiversidad es 
clave para que el agroecosistema funcione y provea servicios de apoyo 
–por ejemplo fertilidad de suelos– y de regulación –por ejemplo control 
biológico de plagas–. Todos estos procesos de renovación y regulación, 
reciclaje y almacenamiento de nutrientes, control del microclima, 
regulación del flujo y almacenamiento de agua, desintoxicación de 
químicos nocivos, etc., están mediados biológicamente, por lo que su 
persistencia depende del mantenimiento de la biodiversidad.
Por ejemplo, la disponibilidad de nitrógeno y fósforo para las plantas depende de poblaciones de bacterias fijadoras de N y
de
 micorrizas presentes en el suelo, lo que a su vez depende de la adición
 de materia orgánica. La regulación de la abundancia de organismos 
indeseables depende de biota benéfica que aumenta en policultivos que 
proveen hábitat. Cuando estos organismos y sus servicios se pierden 
debido a la simplificación biológica –establecimiento de  monocultivos– 
los costos económicos y ambientales son altos ya que incluyen la 
necesidad de abastecer a los cultivos con agroquímicos caros y tóxicos.

Izquierda:
 sistema agroforestal de cacao; centro: sistema quesungual en Honduras; 
derecha: policultivo maíz y frijol como ejemplo de diversificación 
específica fuentes diversas en internet; M. Altieri
Los
 agroecólogos están de acuerdo en que mientras más diverso es el 
agroecosistema, más tienden los agroecosistemas a prevenir las 
explosiones de especies invasoras, aumentar la estabilidad y la 
resiliencia frente a disturbios y cambios ambientales o climáticos y a 
mejorar su capacidad de subsidiar su propio funcionamiento: reciclaje de
 nutrientes, regulación biológica de plagas, productividad, etc. Si se 
elimina un grupo funcional de especies por algún disturbio, cuanto más 
biodiverso es un agroecosistema, más difícil es que cambie a un estado 
“menos deseado” que, potencialmente, afectaría su capacidad de funcionar
 y prestar servicios.
Los agroecosistemas biodiversificados se caracterizan por exhibir cuatro propiedades emergentes (Altieri y Nicholls, 2013): 
- Compensación: la biodiversidad incrementa la función del agroecosistema pues diferentes especies juegan roles diferentes y ocupan nichos diversos. Si una especie falla, existe otra que la reemplaza en su función.
- Complementariedad: resulta de combinaciones espaciales y temporales de plantas que facilitan el uso complementario de los recursos o brindan otras ventajas, como en el caso de las leguminosas que facilitan el crecimiento de cereales al suplirlos de una dosis extra de nitrógeno, o de flores que proveen polen y néctar a enemigos naturales que controlan una plaga específica.
- Redundancia: en un agroecosistema muy diverso hay más especies que funciones, por lo que existe redundancia y son precisamente aquellos componentes, redundantes en un tiempo determinado, los que se tornan importantes cuando ocurre un cambio ambiental. Ante cambios ambientales la redundancia construida por varias especies permite al ecosistema continuar funcionado.
- Resiliencia: los agroecosistemas diversos retienen su estructura organizacional y su productividad tras una perturbación.
Un
 agroecosistema es “resiliente” si es capaz de resistir o recuperarse de
 una perturbación. (por ejemplo sequía o huracán) y así continuar 
produciendo alimentos.
¿Cómo manejan los campesinos la biodiversidad?
Los campesinos aumentan y manejan la diversidad de sus agroecosistemas a tres niveles (Altieri y otros, 1987):
Nivel paisajístico:
 muchos campesinos practican una “agricultura de mosaicos” caracterizada
 por campos pequeños insertos en una matriz paisajística dominada por 
vegetación natural. Para grupos étnicos como los p'urhepecha que viven 
en la región del lago Pátzcuaro en Michoacán, México, la cosecha 
silvestre es parte de un complejo modelo de subsistencia basado en 
múltiples usos de los recursos naturales. Esta gente utiliza más de 224 
especies de plantas silvestres para sus necesidades dietéticas, 
medicinales, y energéticas. 
Nivel predial:
 los sistemas de cultivo múltiple constituyen sistemas agrícolas 
diversificados en el tiempo y el espacio tomando la forma de cultivos en
 franjas, cultivos intercalados, cultivos con cubierta vegetal, sistemas
 agroforestales y silvopastorales (véase recuadro). Entre las ventajas 
potenciales que surgen del diseño inteligente de estos policultivos se 
encuentran: la disminución de la población de plagas de insectos por 
enemigos naturales albergados en ambientes complejos, la supresión de 
malezas por el sombreado de doseles más densos o por alelopatías, el uso
 más eficiente de los nutrientes del suelo y la mejora de la 
productividad por unidad de superficie.
Nivel genético:
 muchos agroecosistemas tradicionales se ubican en centros de origen de 
cultivos, por lo tanto contienen numerosas variedades criollas de maíz, 
frijoles, papas, granos nativos, raíces, frutas y otras plantas 
alimenticias altamente adaptadas incluyendo sus parientes silvestres. 
Los campesinos mantienen gran diversidad genética de cultivos en forma 
de variedades tradicionales y en muchos sistemas siembran dos o más 
variedades de cada cultivo. El uso de múltiples variedades de cada 
cultivo proporciona diversidad intra e interespecífica, mejorando así la
 seguridad de las cosechas. La diversidad genética hace que los cultivos
 sean resilientes y menos vulnerables a condiciones de estrés biótico 
(plagas, enfermedades) como abiótico (sequías y heladas). La diversidad 
genética actúa como un seguro para enfrentar el cambio ambiental o las 
necesidades sociales y económicas futuras, ya que la riqueza varietal 
disminuye la variabilidad de la producción.
Enlace: 
31 May. 2014
 
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