jueves, 3 de julio de 2014

“Dialogo Regional de Planificación y Movilización por el Año Internacional de la Agricultura Familiar Campesina e Indígena – AIAF CI 2014 Montevideo, 24 al 26 de marzo 2014

 
                 Ustedes tienen que entender que yo soy nacido en este país y gran parte de mi horizonte intelectual tiene que ver con las características positivas y negativas que tiene la historia de mi sociedad. El término “campesino” en el Uruguay es “sapo de otro pozo”. El interlocutor no se siente aludido. Es un término intelectual que llega por los intelectuales preocupados por el problema de la tierra, pero que no son ellos en sí campesinos que vivan del trabajo campesino. Son admiradores, servidores, vendedores de servicios, pero a los que podríamos llamar “real campesinos”, no se sienten convocados por ese nombre.

En segundo término, fuimos tan bárbaros que la realidad indígena desapareció en nuestro país. Nuestra historia es tan bárbara que si algún indígena quedó, por su propia seguridad se mezcló con la identidad del aluvión de gente que venía de otras partes.

Yo vengo de un país pecuario. Por mucho tiempo aquí no valía la pena sembrar trigo porque era más fácil carnear una vaca. Eso creó un personaje, un modo de ser y una historia. Fuimos muy tempranamente un país cuya población se distribuyó como si fuéramos un país industrial. Es decir, el campo se despobló y la gente se concentró porque la hacienda ganadera no precisaba mucha gente, la expulsaba. Muy tempranamente tuvimos un campo vacío.

Si hubiéramos sido un país maicero, algodonero o azucarero, a la hora de la cosecha hubiéramos necesitado miles de brazos y hubiéramos tenido un cambio social muy distinto. Pero fuimos un país pecuario que conformó una sociedad distinta.

Naturalmente estoy hablando de la historia que formó al Uruguay, pero las palabras, los conceptos, las diferencias, por algo se dan. No es que no tengamos estructuralmente algo que podemos nombrar como agricultura familiar. Si nos atenemos a los números, tendríamos que decir que hay ganaderos familiares, es decir, pequeños ganaderos criadores son la masa más grande de gente familiar del Uruguay. Son gente que vive de criar unos cuantos terneros, de venderlos, de mantenerlos medio por milagro. Por supuesto, hay un manchón de gente que se ha desarrollado en la horticultura y que ha tenido que ver con el abastecimiento de la ciudad. Pero Uruguay es el país más urbanizado de América y del Mundo con el 42% de su población viviendo en la Capital. Un desastre, una brutal concentración.

Con esas salvedades, hemos tenido un impacto importante con las transformaciones contemporáneas. El alud migratorio que nos formó como país, mucho tuvo que ver con algo parecido a la agricultura familiar. Hubo gente de la patria vieja que no encontró mejor forma de hacer plata que vender pedazos de campo a pobres que venían de Europa. Algo que en la Argentina pasó con la consigna de Roca de que “hay que echar el gringo hacia la Pampa”, acá se dio de otra manera. Se produjo una colonización privada y a esa gente, si la ubicamos históricamente en nuestros bisabuelos, eran familias afincadas en la tierra con un sentido del auto cultivo muy fuerte, del autoabastecimiento, gente que carneaba chanchos entreverado con algún ternero, que plantaba diversas cosas, frutas, papa, pero la base de la cultura contemporánea y mercantilista hizo pelota todo eso.

Hoy estamos en un mundo cada vez más especializado, con una clase media rural semi empresarial que tiene importancia en la presencia de algunas empresas y con una faja de unas 20 mil familias aproximadamente, la inmensa mayoría de ellos pequeños ganaderos, que tienen hambre de tierra, tienen inseguridad ante el fenómeno de la tierra, y por eso la alegría de una política de protección de la agricultura familiar en el Uruguay, se llama fortificar el Instituto de Colonización a “cara de perro”.

Lo que nos pasa con esto muy sencillo: un paisano que de alguna manera logra sobrevivir con sus terneros, y no necesariamente los hijos quieren seguir. Cuando muere el viejo, los hijos quieren vender y compra algún fuerte de al lado. Con el fenómeno de la tierra encontramos otro que tiende a la desaparición. Los que pueden tener vocación de trabajar no tienen oportunidad. La economía de mercado no va a dar jamás oportunidad. Si el Estado no toma esto como un eje de política social distributiva, manteniendo crecientemente la faja de territorios que va comprando de alguna manera y que sirve para afincar pero no para hacer una fábrica de pobres, sino para darle una estatura media y un margen de seguridad que le permita a la gente vivir acorde con lo que son los dilemas culturales y contemporáneos.
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28 Mar. 2014

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